Cirugía Bucal y Maxilofacial

Barberos: los primeros odontólogos empíricos

23 de octubre de 2015 - redactado por Xosé Alfeirán


Imagen Referencial

Desde tiempos medievales las ciudades contaron con personas que se dedicaban a sacar dientes y muelas a sus convecinos. Dicha tarea la ejecutaban los Barberos Flebotomianos, así llamados en España porque además de barbear y cortar pelos eran también sangradores: es decir, se encargaban de seccionar y sangrar la carne humana o aplicar sanguijuelas y ventosas a las personas para aliviar, de acuerdo con la mentalidad de la época, los malos humores y enfermedades.

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Los barberos sangradores y los sangradores fueron quizá los profesionales más característicos de la práctica empírica de la medicina en la España Moderna. Su ejercicio estuvo asociado a la vigencia de una técnica delegada de la medicina, la sangría, que diera lugar a sesudos enfrentamientos entre partidarios y detractores de sus indicaciones y eficacia terapéutica.

Los sangradores alcanzaron un cierto reconocimiento social, pero su práctica siempre estuvo condicionada por su posición ambigua entre los profesionales titulados (médicos y cirujanos latinos) y otros empíricos sin formación cuyos métodos traspasaban a menudo los límites de la superstición.

El oficio se transmitía de padres a hijos y se aprendía con la experiencia, pero desde la época de los Reyes Católicos estaba regulado por las leyes.

Ninguna persona podía poner tienda y ejercer de sangrador sin ser previamente examinado en el arte de la flomotomía, o arte de sangrar, por los examinadores mayores del Real Proto-Medicato, institución encargada de conceder las licencias de oficios sanitarios y de corregir los excesos y delitos cometidos en ellos.

Fue en Francia donde se sentaron las bases de la odontología moderna, separándose de los barberos y los sangradores. En 1728 Pierre Fauchard publicó Le Chirurgien Dentiste con información detallada y numerosas láminas sobre técnicas de extracción, reimplante, empaste mediante relleno con plomo y zinc y prótesis dentales, además de criticar las prácticas y creencias falsas como la del gusano que carcomía los dientes.

Las nuevas técnicas se extendieron por Europa, llegando con retraso a España donde se publicarán en 1799 en el Tratado de las operaciones que deben practicarse en la dentadura escrito por Félix Pérez Arroyo. Este deficiente ejercicio de la odontología hizo que se tuviese en alta estima a los dentistas extranjeros y que muchos viniesen a trabajar aquí.

Fuente: La Voz de Galicia
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