Práctica Social y Salud

Odontólogo Colombiana lucha por llevar salud bucal a los más necesitados

23 de marzo de 2015 - redactado por Carol Malaver


Dra. Íngrid Paola Barrera Guauque (Foto: Carlos Ortega/ El Tiempo)

Íngrid Paola Barrera Guauque es odontóloga de la Universidad San Martín con postgrado en Administración en Salud de la Universidad Javeriana. Trabando día a día en una difícil y peligrosa zona de Bogotá se ganó la confianza de los habitantes de las ollas. Ella se acopló a la dinámica de la calle, la respetan.

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Doctora, sí, usted. Déjeme decirle que va a tener el privilegio de tocar mi boca por primera vez. Nunca me la he lavado los dientes. Esta frase, que a otros odontólogos les hubiera causado repulsión, a Íngrid Paola Barrera Guauque le generó una carcajada descomunal.

Él era un mecánico de unos 54 años que había caído en la desgracia de las drogas y el alcohol. Sus dientes realmente ya no existían; más bien, tenía un cúmulo de cálculos que sostenían los pocos rezagos de lo que alguna vez fueron sus molares. No había nada que hacer, retirar todo era la opción porque el dolor había acabado con el letargo etílico en el que acostumbraba a sumergirse.

¿Cómo lo hace? Fue su opción desde que salió graduada de la Universidad San Martín. Hizo su rural en Belalcázar (Cauca), zona roja en aquella época.

El 17 de septiembre de 2013 llegó a la calle más temida de Bogotá, el Bronx llegó, un día en el que se anunciaba con bombos y platillos la llegada de la atención médica al lugar.

Después del pantallazo llegó el trabajo real para un médico, dos trabajadoras sociales, dos psicólogos e Íngrid con su auxiliar. Ellos solos en la mitad de la olla, sin más protección que un carro que los aísla del negocio del microtráfico, la prostitución y la indigencia.

Somos neutrales, respetamos sus dinámicas y lo único que nos interesa es sanar sus problemas de salud. Nada más. Por palabras como esas no pocos se le quitan el sombrero cuando la ven pasar, porque no obstante su discreción no se ha salvado de las amenazas y los improperios con que la tratan.

Es duro tratar de convencerlos de que para que puedan ser atendidos deben haber dejado de consumir por lo menos ocho horas antes de la intervención odontológica. Hay una explicación médica: primero, porque así vamos reduciendo algo de su consumo, y en esto todo es ganancia, y además porque, si no lo hacemos, el paciente puede sufrir un shock anafiláctico.

Un día, un consumidor de bazuco sufrió de taquicardia. Se le obstruyeron las vías respiratorias; por eso yo soy tan delicada con ese tema. Estamos hablando de la vida de una persona.

Al comienzo solo asistían en el Bronx, pero con la llegada de las amenazas tuvieron que turnar sus estadías en cada olla y por días en las localidades de La Candelaria, Santa Fe y Los Mártires.

Cuídese porque la voy a chuzar, la voy a matar; cuando usted menos lo piense, la voy a apuñalar. Eso le dijo un paciente solo por negarle una segunda limpieza oral. Ya se la había hecho una semana antes y él solo decía que tenía que tener sus dientes blancos.

Pero no todos son así. Guarda decenas de experiencias que la gratifican. Trabajadoras sexuales a quienes les ha devuelto la sonrisa, habitantes de la calle agradecidos por curar su gingivitis, sus abscesos o aftas. Ellos pasan de vez en cuando y la saludan con un gesto explosivo. Gracias doctora, su manos son de ángel.

Solo en una hora de trabajo llegaron un atracador de carros víctima de una golpiza, una prostituta a quien la calle le había robado sus dientes, una joven madre cabeza de familia con un dolor de muela que le quitó la calma.

Todos encontraron alivio en medio de ese mundo hostil en el que les tocó vivir, y ellos, los vigías de la salud, ahí, en el anonimato de una calle que la mayoría de ciudadanos nunca querrá conocer.

Fuente: El Tiempo
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